No se lo van a creer, pero hemos tenido noticia de un grupo musical en España que lleva diez años, ¡diez!, dedicándose exclusivamente a eso, a hacer música. Buena, muy buena, puede que cada vez mejor. El suyo es un nombre extraño, por repetido; seguramente fruto de alguna chanza privada, porque resultan ser gente risueña y buena. Y a sus artífices no se les conocen estudios de mercadotecnia, alardes fotogénicos, experimentos virales en las redes de la vanidad, manejos de autotunes ni de otros caparazones eléctricos o electrónicos que sirvan para disimular carencias y camuflarlas como hitos de la modernidad. Qué va. Fetén Fetén solo saben dedicarse a lo suyo. Pero son buenos hasta ese punto al que ni siquiera la hipérbole alcanza.
En cierta ocasión les pregunté a Arribas y Galaz por el número de instrumentos que sabían tocar cada uno de ellos con un mínimo de solvencia. ¿Cuatro, cinco, diez? Se les puso el gesto abrumado, como aquel a quien se le acaba de formular una pregunta de complejidad extrema y suplica que le eximan de responder. Al final, y por toda contestación, optaron por un leve encogimiento de hombros. No era jactancia, desde luego, sino pura humildad. Nunca se les había ocurrido hacer la cuenta o barruntar que semejantes habilidades y sabidurías merecieran ser numeradas o implicasen un valor excepcional. ¿O es que acaso un artesano se detuvo alguna vez a contabilizar cuántos cachivaches habían acabado encontrando acomodo en su mesa de herramientas?